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HÁBITAT

El Espectador en acción

No fue sino hace unas horas que todo cayó. Cayó en las calles sangrientas de mi ciudad. Callaron los gritos. Caminar ya no se siente igual. Igual, ¿qué puedo hacer ahora? ¿Ahora? ¿Todavía hay un ahora?

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Yo lo vi, estuve ahí. Naciendo de su vientre. Muriendo entre sus brazos, cuando me tuvo que curar el corazón roto. Las galletas.

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El chocolate caliente. Las series absurdas, juveniles, tan llenas de amor y de tanta hipocresía.

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En el aire. El cielo ya no existe. Que nunca fue azul, nos lo advirtieron. Nunca volvió a amanecer, pero Dios nunca bajó. El infierno llegó, como fuego en los oídos, y quemó todo por dentro. Ya solo huele a sangre quemada, a marrano del 31 de diciembre.

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Pero el hambre… No, no puedo comer. No hay qué comer.

Las horas. Los minutos para correr sin ti. Por el túnel no. No escuchaste.

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La luz es mentira. Regresa. Toma mi mano y no te vayas.

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Solo teníamos que sujetarnos a la tierra, amamantarnos con su leche de madre, sujetarle el vientre para que no tuviera a ese hijo.

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Los segundos llegaron y las montañas se le abrieron, los ríos corrieron en sangre y las toallas no llegaron.

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La hemorragia no se detuvo. No le tomamos su mano, no le abrazamos los árboles. Un aborto para vivir.

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De repente, las trompetas avisaron su muerte. Nadie sabía que estaba en embarazo.

MORIRNOS

¿Qué hace una madre ante la pérdida de su hijo?

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¿Cómo llora?

 

¿Cómo suplica que se lo devuelvan?

Replicó que éramos asesinos. Y los segundos fueron segundos por primera vez. Sus garras arrastraron con todo, se enterraron a los cuerpos sin compasión, la piel se quedaba colgada a ella como tela. ¿Por qué yo no? Porque yo estaba contigo.

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Contigo, en tu pecho, en tus senos que me alimentaron. Te besaba la frente, te tomaba de la mano con fuerza, te golpeaba de vez en cuando para despertarte. Habíamos estado así, ¿por cuánto? ¿Un año? Pero ese día me dijiste que abriera las ventanas, que querías ver. Lo viste, viste antes de que todo se acabará. Te fuiste con la luz.

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El dolor estaba tan fuerte que no escuché nada. Solo cuando salí y lo vi, comprendí. La ventana. La maldita ventana abierta hizo que me viera. Debió estar cerrada. Debió matarme igual que a todos.

Mamá, no soy capaz de matarme.

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Mamá, las noches eternas son hermosas. La oscuridad se mece como una cuna. Ojalá pudieras verlo.

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Estamos aprendiendo a convivir. Los días pasan y ella no se recupera, pero no se muere. Solo estamos ella y yo. Una madre sin su hijo y una hija sin su madre. Me mira con desdén, pero me alimenta en esos días.  A veces siento que el mundo no se acabó, tal vez nunca se había visto tan hermoso.

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Hay meses de meses en que nos olvidamos de que esto pasó, entonces me agarra con fuerza, como si fuera a matarme, y me canta canciones de cuna.

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Yéssica Tuberquia, escritora equipo HÁBITAT

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